28 de noviembre de 2006

Historias de montañas

Hoy, no sé muy bien cómo ni por qué, me he vuelto a acordar de él. De sus ojos azules inundados de una viveza desbordante, de sus manos recias, de su sonrisa serena...

Lo conocí una tarde de julio, al poco de llegar al refugio. Yo me disponía a preparar la ascensión de la mañana siguiente, y él estaba haciendo junto con otro compañero el tramo aragonés de la GR-11.

Venían sin prisas, disfrutando de la experiencia, con el ánimo de quedarse un par de días por allí antes de emprender la siguiente etapa.

No recuerdo exactamente cómo comenzó la conversación. Supongo que con la naturalidad que surge al encontrarnos con otro ser humano lejos y casi aislados de cualquier parte.
El hecho es que enseguida fueron añadiéndose a la charla otros amigos que iban llegando con rostro cansado pero satisfecho. Casi sin darnos cuenta, se nos había echado la noche encima cuando llamaron para la cena. Tuvimos la suerte, también, de compartir la mesa.
Ocho desconocidos que reíamos y disfrutábamos como amigos de toda la vida porque todos contábamos nuestras historias y anécdotas.
Aún así, la atención se volvía extrema cuando él hablaba. Nos producía un efecto hipnótico. Nos maravillaba su forma de decir las cosas y transmitía toda su energía...

Paco rondaba los setenta años y se había aficionado a la montaña al poco de jubilarse. Antes no había podido. Camionero de toda la vida.

Era de Alcañiz y estaba maravillado con el Pirineo; le apasionaba casi tanto como su nieto, decía.

Hablaba de la vida, de su tierra, de los años de carretera, con la sencillez y sabiduría de la gente que ha librado mil batallas y gracias a la honestidad han conseguido ganarlas todas...


Es curioso darse cuenta de que hay personas a las que basta conocer un día para recordarlas toda la vida mientras que a otras con las que te toca vivir toda la vida puedas olvidarlas en tan sólo día.


Hoy he vuelto a pensar en él. Me lo imagino caminando por un campo infinito con su mochila a cuestas y su nieto correteando a su lado. Mirándolo todo con el reposo que dan los años, sonriéndoles a los rayos de sol y librando cada mañana la batalla de estar vivo.

2 comentarios:

Sonia dijo...

una bonita historia

saludos!

Joana García dijo...

Guardas un recuerdo precioso. Esas son las cosas tan sorprendentes que ocurren en esos lugares y que se nos quedan grabados muy hondo.
Y uno vuelve, y vuelve......

PD: tienes une espacio bonito.